February 8, 2022
No hay duda de que Siress es una elfa oscura muy poderosa, aunque sin las alianzas que su epíteto racial implicaría. A diferencia de su hermana Santis, devota del culto de los Saqueadores de Almas, Siress siente poca reverencia por el Señor Oscuro o sus poderes debido a sus numerosos fracasos a lo largo de los milenios para asegurar una posición duradera en Aurelica. Para Siress, las intoxicantes promesas de vida interminable o poder infinito asociadas a estas sectas palidecen en comparación con las promesas más duraderas de autosuficiencia.
Es por eso que la filosofía de Siress entra en conflicto substancial con la de su hermana, lo que las obliga a separar sus caminos mientras Siress (una eterna solitaria gracias a la herencia de los elfos oscuros) busca formas de fortalecerse contra todos los demás. Una larga exploración en busca de antiguos y poderosos artefactos mágicos la condujo finalmente a un templo abandonado en las profundidades de la Jungla de Neftafar, que contenía un altar sagrado y una espada con forma de serpiente sobre él. Inmediatamente después de tocar el artefacto, Siress se dio cuenta de que quizá había cometido un grave error, ya que las energías que contenía se dispararon hacia ella con un poder que ni siquiera ella, una hechicera de nacimiento, podía controlar. El cuerpo de Siress cayó inconsciente mientras su mente entraba en una pesadilla perpetua en la que se encontraba ahogándose lentamente en un océano tormentoso rodeado de interminables ráfagas de relámpagos. En su mente, imaginaba que el artefacto, tal vez representado por la tormenta o tal vez por el agua, lanzaba un arco tras otro de electricidad hacia su cuerpo que se ahogaba, cada uno de los cuales llevaba el dolor de un millar de picaduras de Lanzafuegos. El agua comenzó a succionarla profundamente bajo las olas, pero ella sabía que el encantamiento imbuido alrededor del artefacto le quitaría la vida si se rendía. ¡No! Luchó por conseguir aire y la oportunidad de vengarse de todos los que la habían oprimido.
Pasaron semanas en esta agonizante pesadilla, incluso meses. No podía estar segura, ya que parecía estar en un plano diferente al de su cuerpo mortal. Finalmente, algo dentro de ella empezó a absorber la fuerza de los relámpagos que traspasaban su cuerpo indefenso. Se dio cuenta de que los destellos no eran castigos del artefacto, sino regalos individuales de poder. Al final, Siress abrió los ojos. Estaba de nuevo en el templo bajo el altar, sedienta, demacrada, hambrienta, con la espada en la mano. Se estabilizó y se levantó. La espada brilló y dio una vuelta completa antes de descansar de nuevo en sus manos: reconocía sus poderes, su fuerza estaba restaurada. La única pregunta que quedaba era qué hacer ahora. Siress tendría que pasar algún tiempo en el templo, estudiando esta antigua civilización y los hechizos de quienquiera que hubiera fabricado semejante arma. Tendría que manejarla a la perfección en las próximas batallas.